
Resiliencia
Fui consciente del mal empleo de la palabra resiliencia no hace mucho tiempo. El director de un departamento había llevado a su equipo a una situación inviable y pedía resilencia para superar unidos esa situación que él mismo había provocado. Ahí empezó mi difícil relación con esta palabra.
«Resiliencia» es en principio un término positivo: la capacidad que tienen las personas de adaptarse y superar juntas situaciones difíciles o traumáticas, en el mejor de los casos aprendiendo de ello. En tal caso, el grupo sale fortalecido de dichas experiencias. Dicho de forma más plana es eso de que «la unión hace la fuerza». La historia de la Humanidad está llena de ejemplos de resilencia admirables. Pensemos en la reconstrucción de países derruidos por guerras, donde sus habitantes, unidos, consiguieron salir adelante. O pensemos en los emigrantes españoles que marcharon lejos de sus hogares y sus familias en el siglo XX. Para superar las dificultades en países extraños crearon asociaciones donde se agrupaban, y hacíendo uso de resilencia lograron adaptarse juntos a la nueva situación.
Sin embargo, detesto cuando se pide resilencia para superar situaciones difíciles que podrían haberse evitado y así no tener que hacer uso de ella después, como el famoso director de departamento del principio.