
Las hermanas Touza
Era el año 1941. Europa y gran parte del mundo estaban en guerra. En Ribadavia, un pueblo gallego de la provincia de Ourense, cercano a la frontera portuguesa, las hermanas Touza Domínguez, Lola, Amparo y Julia, desde su kiosco en la estación de ferrocarril, formaban parte de una red que ayudaba a judíos que huían de los campos de concentración nazis, a llegar a Portugal y luego desde allí continuar a Inglaterra o América.
Todo comenzaba en Burdeos, donde el cónsul portugués Aristides de Sousa Mendes, desafiando a las autoridades portuguesas, concedió miles de visas a refugiados de Centroeuropa para que pudieran llegar a Portugal. Como España se había mantenido neutral en la II Guerra Mundial, nada impedía teóricamente que los refugiados atravesaran el país. El camino más directo a Portugal pasaba por Galicia, pero la red, que comenzaba en la frontera francesa, pasaba primero por Miranda del Ebro, en la provincia de Burgos, donde se había instalado un campo de refugiados. Los servicios secretos británicos, que conocían la situación, no entendían nada.
La ruta continuaba por Monforte de Lemos y Ribadavia. Aquí, a unos 60 km de Portugal, en su kiosco de la estación de trenes, las hermanas Touza recibían la información por medio de sus contactos, y estaban al tanto de los fugitivos que venían en tren para huir a Portugal, Cuando llegaban a la estación, los escondían en el sótano de su propia vivienda, junto al Ayuntamiento, les daban comida, podían lavarse y descansar mientras les organizaban desde allí la huida a Portugal. De esta manera llegaron a salvar la vida de 500 judíos. La red clandestina incluía taxistas, barqueros que les ayudaban a cruzar el río Miño, e incluso traductores.
En fin, en aquellos tiempos, en los que Google todavía no existía, tal despliegue de medios obliga a reflexionar y preguntarse qué movió a aquellas mujeres a salvar a cientos de judíos de una muerte segura, sin recibir nada a cambio, sino al revés, poniendo en juego su propia vida, ya que Galicia estaba llena de alemanes que iban hasta allí a buscar wolframio, necesario para fabricar armas, en las minas que Franco había puesto a su disposición. También la Gestapo, que sospechaba algo, rondaba por Ribadavia.
La historia se mantuvo en silencio durante muchos años hasta que en 1964 un judío anciano de Nueva York, Isaac Retzman, quiso buscar a las personas que le salvaron la vida. Fue entonces cuando esta historia de altruismo y solidaridad salió a la luz. Sin embargo, las hermanas Touza no se limitaron a ayudar a personas que huían de la II Guerra Mundial, también ayudaron a presos de las cárceles franquistas.
Cuesta entender la actitud de estas mujeres 80 años después. Sin embargo, se necesitan personas con su coraje precisamente ahora, cuando el tema de las deportaciones y el peligro de los autoritarismos cobran cada vez más relevancia.

Hoy se puede ver en la fachada de su casa una placa en honor a las tres hermanas, «Ás tres irmás Touza. Lola, Amparo e Julia Touza. Loitadoras pola liberdade»,
Y también en un edificio cercano a la estación se puede admirar un mural pintado por el artista urbano chileno, Juan Pablo Gatica, Jotapé, que representa a las tres hermanas.

