¿Eres Lea?

Un día de primavera yo estaba feliz pastando en mi terreno, cuando se acercó una señora. Me dijo algo. Tenía la sensación de que ya la había visto alguna vez, ¿era Leandra? Venía sin manzanas, caminaba raro y tenía el pelo blanco, había envejecido. Hacía mucho tiempo que no la veía. ¿Qué había pasado? Moví la cabeza para invitarla a entrar, quería acariciarla yo a ella, pero no entró.

Me alegré de verla, pero no era la Lea que yo conocía, la que disfrutaba mientras me acariciaba, la que me traía las manzanas que tanto me gustan. Lea parecía cansada, como si llevara una carga pesada a cuestas.

Así que me di la vuelta y fui con Poncho a preparar la próxima travesura, que va a ser de antología. Nos gusta sembrar el pánico entre los campesinos del pueblo. Es muy fácil. Yo doy golpes a la puerta de la finca con la cabeza hasta que la aflojo un poco. Entonces viene Poncho, que con su cabeza, más pequeña que la mía, termina de abrirla. Y entonces corremos por el pueblo. Entramos a las viñas y mordisqueamos las cepas. Los vecinos nos regañan y llaman a Nardo para que nos recoja y nos lleve a casa. Pero no se lo ponemos fácil, antes nos gusta jugar y echar carreras por el pueblo mientras Nardo nos persigue. Le ganamos por goleada. Pero en algún momento paramos y volvemos con él. ¡Qué exagerados! Si nosotros solo queremos jugar.